La ética de los ingenieros

En noviembre de 1957 enviamos a una muerte segura a una pequeña perra callejera de pelo rizado, se llamaba Kudryavka y todos la conocemos como Laika, la perra espacial, el primer ser vivo en orbitar la tierra. Para todos, la misión fue un gran éxito, se demostró que los animales podemos soportar la microgravedad y aprendimos que si no mejorábamos el sistema de sellado térmico de la cápsula moríamos carbonizados lentamente, como le sucedió al heroico animalito.

Era un “animalicidio” en toda regla, existían tantas variables que no controlábamos que sólo un milagro podía salvar de Laika, ¿debieron entonces, los ingenieros ofrecer sus conocimientos y capacidades en llevar a cabo aquella infernal misión?

Ya en 1906 la American Society of Electrical Engineers aprobó lo que se considera el primer catálogo de Códigos Éticos, una serie de normas deontológicas que marcaban el camino para distinguir a sus profesionales como un colectivo que hacía y promovía el bien común. Aunque en la mayoría de las universidades (al menos de las que tengo referencia) no se incluye actualmente un capítulo formativo específico sobre la ética de los ingenieros, en sus cajones llenos de estudios y de catedráticas metodologías, atesoran recopilaciones de normas éticas hijas, en cierto modo, de su padre americano.

No obstante, los ingenieros, que además somos personas y vivimos en comunidades que evolucionan con sus propias normas éticas y morales (pongo los dos términos para que no se enfaden los puristas), intentamos mantenernos en el carril del “buen hacer”, y digo intentamos porque topamos con el compromiso vital de la creatividad, las normas vs el progreso.

Cuánto de ético es inmovilizar la ética, la historia nos avasalla con kilómetros de ejemplos a favor y en contra de las respuestas a esta pregunta, el uso popular de la corriente eléctrica era en sus inicios, como mínimo, una irresponsabilidad desde cualquier ángulo que se mirase, la inestabilidad de los sistemas, la incultura al respecto y la capacidad de que los inmorales utilizaran el invento para potenciar sus capacidades de hacer daño físico y social era infinita, sin embargo, nos saltamos las normas, y paso a paso los ingenieros, que tomamos entonces una actitud beligerante a favor de llevar las bondades y los perjuicios de la electricidad a todos, nos hemos centrado en mejorar el capítulo técnico y en generar los sistemas de control que arbitren su uso.

Con la popularización del desarrollo de la Inteligencia Artificial estamos ante un dilema muy similar, son innegables los beneficios que podremos obtener cuando sea una tecnología estable y tengamos dominio del control de su uso, pero, para entonces, tendremos que haber superado el periodo de indefiniciones, las consecuencias de no poder marcar el límite de las responsabilidades entre el programador y sus programas que, no sólo están capacitados para generar nuevas reglas, sino que también pueden alterar el orden de prioridades entre ellas.

Soy optimista, aunque sé que hay individuos sin escrúpulos, creo que el sentido común nos conduce a los humanos a establecer y controlar las normas de aprovechamiento de los desarrollos tecnológicos desde la moral o la ética. Se han infectado muchas mentes con ideas de panfletos, pero los ingenieros crearon la imprenta para popularizar el conocimiento, y eso es lo que ha trascendido.

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